EL PERDON
Hace algún tiempo, me llegó a mi vida, la sensación tan profunda que había estado sintiendo durante mucho tiempo por no haber pedido perdón a alguien a quien creía haber querido mucho, pero cuya relación se rompió por abandono de la misma. ¿cómo iba a imaginar que tiempo después llegaría a mí la infortuna del resentimiento que guardas dentro de ti por haberle hecho a esa persona eso y al tiempo, alimentaba mi propio miedo?
El día que lo descubrí tomé cartas en el asunto, toda vez que entendí que esa había sido un sufrimiento que había guardado para mí, muy oculto. Ahí fue un gran momento donde experimenté el gran poder que todos los seres humanos tenemos de pedir perdón, en el ejercicio de nuestra libertad. Presa del pánico, mi cuerpo temblaba como nunca, pues me disponía a enfrentarme a las más duras de las situaciones para mí, un espacio desconocido, oculto, que aquel día me atreví a sacar a la luz. Cuando llamé a esa persona y aceptó mi invitación de hablar, los minutos se hicieron horas, y no hacía más que pensar cómo me dispondría en la conversación, los escenarios que se presentaban. Necesitaba que esa persona me perdonase, y necesitaba perdonarme yo. Había elegido pedir perdón y perdonarme por no haber sido capaz de hacerlo antes. Había elegido limpiar ese resentimiento contra mí. Había elegido provocar esa situación para aprender de ello. Había elegido soltar ya de una vez, aquello tan oculto que me atormentaba, no frecuentemente, pero que a veces aparecía en sueños. Había elegido transcender esa situación para disolverla para siempre. 25 años llevaba con aquella historia, y de repente había elegido darle carpetazo, así, de un plumazo. ¿cómo no iba a estar en pánico? Pensé. Si ni siquiera lo he nombrado, más bien lo he alimentado, ha crecido conmigo y se ha estado gestado toda una serie de interpretaciones erróneas que siempre consideré como válidas. Había elegido ser la protagonista de ese sentimiento que me embargaba.
Sabía que esta decisión no había salido por casualidad, sino por haber trabajado sobre el poder que el perdón nos da, y toda la práctica que experimenté al declararlo en otras situaciones. Todo eso me venía en aquel momento, para darme fuerzas. Y lo hice, le pedí perdón, y me pedí perdón en aquel momento. Lo que pasó después, más allá de lo que la otra persona interpretase, que no entendió nada del porqué de ese perdón, fue una maravillosa sensación de restauración, de paz conmigo misma, con la humanidad y todo el universo. Mi cuerpo empezó a decirme:¡ gracias por eso!, empezó a sentirse ligero, suave, de andadura suave, una felicidad serena, grande y compasiva. Una tristeza de haber abandonado aquello que tanto tiempo había alimentado: la culpa. Un poder inestimable hacia mí restaurando mi dignidad. El cuerpo temblaba, pero también cambiaba. Desorientada por la situación, no hacía más que repetir la frase que la otra persona me devolvió: si hubieras dicho algo antes, habríamos terminado con tu sufrimiento antes.
Ahí me llevé una gran lección, pues se me quedó grabado en el cuerpo, que cada vez que quiera pedir perdón a alguien y no lo haga, cada vez que necesite perdonarme y no lo haga, cada vez que requiera del perdón de alguien y no lo reclame, lo único que estoy haciendo es alimentar mi sufrimiento. Y desde entonces solo he experimentado compasión por todas aquellas personas que son in capaces ( no capaces) de pedir perdón o pedirse perdón. Una gran aceptación por eso que les pasa y solo me llenó de gratitud y libertad para poder elegir en cualquier situación, de que podemos alterar la interpretación de las cosas que nos pasan, y cambiar el pasado por un presente lleno de oportunidades.
“Yo pensaba que el perdón era un gesto mediante el cual uno podía superar alguna estupidez o maldad; que, además, permita experimentar una efímera sensación de afecto hacia toda la humanidad. Ahora comprendo que el perdón es una manera radical de vivir; una práctica que desafía las creencias más comunes de la gente. “ Patrick Miller. Pequeño libro del perdón.